17 de agosto de 2017

Mirumoto Yukiko - Clan del Dragón - L5A

Bueno, llevaba tiempo sin pasar por aquí y más tiempo aún sin jugar a rol, pero este verano lo estoy pasando en La Línea de la Concepción (Cádiz) y un grupo de amigos iba a comenzar campaña... así que me uní. Nunca había jugado a "La Leyenda de los Cinco Anillos", he estado más saltando por el Mundo de Tinieblas, adentrándome en la oscuridad de Cthulhu o aventurándome entre Dragones y Mazmorras (entre otros).

L5A ha sido y es todo un reto para mí. Para la creación de mi personaje después de horas de lectura y de interminables llamadas al máster para resolver dudas... conseguí darle forma y no solo eso, sino que además la inspiración me llegó. Aquí os dejo mi propia "Ceremonia del Gempukku" no sin antes daros una pequeña introducción a mi personaje.
Después del texto que os traigo he seguido escribiendo sobre Yukiko... pero tengo que pulirlo, todavía no me convence.


Mirumoto Yukiko
Bushi Mirumoto del enigmático y temido Clan del Dragón



Pequeña Introducción

Yukiko nació Tamori, su familia le auguraba un destino mayor como shugenja, las montañas decidieron escarcharla… la más blanca de entre los Dragón.
La hija de la nieve era afilada como los picos que rodeaban el Castillo donde se crió pero también era afilada la hoja que señalaría su destino. Desde casi bebé mostró admiración por el brillo de las espadas, los wakizashis de sus familiares y amigos le fascinaban y le atrapaba el arte de su manejo.

El día en el que uno de los senseis más admirados entre los Dragón, Mirumoto Kento, llegó al Castillo en visita oficial, Yukiko no pudo dejar de reparar en su katana... hasta entonces nunca había visto una desenvainada. Justo antes de partir de la Montaña del Diente de Fuego, dicha katana señaló a Yukiko. Con 8 años aquella niña no sabía todo lo que conllevaba que una katana Mirumoto se hubiera fijado en ella. Ese suceso cambiaría su vida a partir de entonces.

Han pasado años, y al contrario de lo que solía oír, el tiempo no todo lo cura, el dolor es necesario. Ahora con 19 años, Mirumoto Yukiko siente que quizá, todo es como tiene que ser. 




Ceremonia del Gempukku



La despojaron de sus toscas armas, y la “invitaron” a pasar. Tamori Yukiko no miró atrás, cerraron la puerta de la pequeña habitación tras ella. La estancia no tenía ventanas, tan solo una vela a punto de consumirse como iluminación.

El Gempukku había comenzado. Yukiko estaba todavía en pie, sin moverse, mirando fijamente aquella frase “Tampoco yo”, estaba escrita con caligrafía lo suficientemente grande como para verla y que se quedase grabada de por vida a pesar de la tenue luz. Nadie podría decir cuánto tiempo pasó en ese ensimismamiento. De repente, Yukiko pestañeó, dejó sus sandalias a un lado de la puerta y avanzó hasta la pared con respeto y determinación. Con suma devoción tocó la pintura ya un poco carcomida por el paso de los años, y fue describiendo con el movimiento de sus dedos aquellas letras. Tras eso, guardó unos instantes de respeto y se acercó a la pequeña mesa en la que se encontraban los pergaminos y el juego de caligrafía.
Se arrodilló ante la mesa, besó la pluma y empezó a escribir. Las palabras iban saliendo solas sin prisa, sin titubeos, sin tachones, como el paso de las estaciones… cada una a su tiempo.
Fuera no había pasado ni el mediodía cuando Yukiko dio por finalizada su obra. Según la tradición tenía hasta el siguiente amanecer para meditar sobre aquella enigmática frase “Tampoco yo” que Shinsei le dijo a Togashi mucho tiempo atrás, y construir un haiku a la altura de aquella frase como respuesta.

Una vez concluida la obra, firmó el pergamino, dejó la pluma a un lado y leyó lo que había escrito. La caligrafía era más que mejorable pero ese punto era irrelevante en el Gempukku Mirumoto. Dejó el pergamino sobre la mesa, cerró los ojos e inclinó suavemente la cabeza hacia delante todavía arrodillada. Satisfecha pero sin mover ni un músculo de la cara, se quedó en aquella posición hasta que amaneció y corrieron la puerta de la estancia. La pequeña vela hacía horas que se había terminado de consumir. Yukiko podía haber salido y dar por concluido el Gempukku hacía casi un día, pero no lo hizo, se quedó meditando sobre lo que ella misma había escrito y profundizando en aquella claridad que había descubierto.

Mirumoto Kento, su sensei, entró en la habitación. Yukiko tenía las piernas adormecidas, las rodillas le dolían pero se levantó. Acto seguido se inclinó para saludar a su sensei y con parsimonia, sin mostrar debilidad, dio unos pasos y se calzó las sandalias. Salió por la puerta precediendo a su sensei que la observaba atentamente sin pronunciar palabra. La luz de los primeros rayos de sol no era excesiva, aún así le costaba abrir los ojos del todo.
Fuera se apelotonaban varias decenas de muchachos, compañeros que habían salido de sus respectivas habitaciones mucho antes que ella, las familias de éstos y también la suya. Sus padres la saludaron con expresión fría, hacía meses que no los veía. Observando el movimiento de las gentes, se percató de que era la última en salir.

Kento-dono llevaba consigo el pergamino que Yukiko había escrito la mañana anterior, su segundo al mando le entregó el resto de pergaminos que contenían los haikus de todos los niños que se enfrentaban al Gempukku, pero Kento no quitaba ojo de la obra de Yukiko. Cuando todos los senseis junto al daimio estuvieron reunidos, se tomaron el tiempo necesario para expresar las distintas opiniones y discernir sobre las obras de los futuros bushi. Por fin emitieron un dictamen, quiénes consideraban que estaban preparados y quiénes no habían pasado la prueba.
Por unanimidad, destacaron la obra de Yukiko como la más sobresaliente de su promoción habiendo escrito una obra compuesta por dos haikus encadenados que podían tener también significado de forma individual. El daimio los leyó en voz alta para que todos los escuchasen:

Sin saber cómo,
una es la que atraviesa,
dos las que empuñan.

Cae la nieve,
y soy agua copo a copo
sin saber cómo.

Al finalizar el último verso, todos sin haberlo ensayado ni anunciado, respondieron:
“Tampoco yo”.

Mirumoto Kento se acercó a Yukiko portando en sus manos el que sería el daisho de la joven a partir de ese momento. Yukiko se fijó en las espadas y todo a su alrededor tomó menor importancia, como si hubiera una niebla cubriendo todo lo demás. El daisho estaba compuesto por un wakizashi apodado “Verdad” forjado especialmente para ella y que hacía juego con “Luz”… la mismísima katana de su sensei. Los ojos de Yukiko pasaron de las espadas a los ojos del sensei que la miraba con expresión orgullosa y afable a la vez. La mirada de Yukiko desprendió un brillo como metálico, agachó la cabeza, negó dos veces como le tenían enseñado y al tercer ofrecimiento… Yukiko se arrodilló para aceptar el regalo alzando las manos sin levantar la cabeza. Una única lágrima recorrió su mejilla derecha, sería la única que Yukiko derramaría –al menos en público– desde su mayoría de edad, tenía 13 años.




MODO: nerviosa (esta tarde tenemos la tercera sesión)


IMÁGENES: 
- Todas las ilustraciones son del ilustrador Mario Wibisono y están sacada de >AQUÍ<
(Podréis encontrar muchas más ilustraciones de él en >este enlace<)
- La segunda imagen se supone que es "Yukiko" en kanji según >esta web< de nombres japoneses.


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